Posiblemente alguna vez ya ha salido por aquí este asunto, y si no, ya tocaba. Ese momento en que tiene uno el negativo en las manos y al mirar un fotograma en un cierto ángulo desde el lado de la emulsión, el juego de luz hace que algo parecido a un grabado en relieve entre plateado y cobrizo cobre vida y revele, no pun intended, hasta el último detalle de la línea más fina que perfila la imagen. Y ahí nos quedamos un rato, embobados, con lo que parece de verdad, esta vez sí que sí, un pedazo de nuestra memoria debidamente ultracongelado empaquetado y conservado en dos dimensiones mínimas y una tercera que es un suspiro, lo justo para que sepamos que está ahí como también lo estaba en el origen de todo, qué extraña magia es esta. Y nos hacemos ilusiones y luego llega el desengaño claro, el de un positivo que no nos dice ni fu ni fa y que nace destinado a la pila de propaganda del Lidl o a la carpeta de vacaciones del 2008. Y como toda acción tiene en su propio nacer la némesis de su reacción, también a veces el positivo del negativo nos parece de repente más negativo que aquel del que procede, y nos quedamos tranquilos y en paz con la bidireccionalidad que reestablece el orden en el caos, por la memoria que va y la memoria que viene.
Amén!